Religión y Política

 La tensión entre el poder de la comunidad política y la conciencia religiosa es una constante en el pensamiento y la acción políticos. El presente artículo toma pie en la reflexión filosófica de Hegel para dilucidar el porqué de esta tensión y la complejidad de su posible solución. ¿Cómo abordar la intrincada relación entre los diferentes momentos de manifestación del espíritu, como espíritu subjetivo, espíritu objetivo y espíritu absoluto, en la que está implicada la relación entre religión y política en la filosofía de Hegel? He elegido un lugar dentro del sistema hegeliano para realizar este abordaje: la conciencia moral. El tratamiento de esta figura del espíritu permite abordar la relación entre religión y política en el contexto del sistema hegeliano de un modo original y clarificador.

Religión y política tuvieron en la conquista de estas tierras un decisivo papel. Es significativa a este respecto, por ejemplo, la portada de una de las dos ediciones de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo que se disputan el honor de ser la editio princeps. La portada de una de las ediciones madrileñas, de 1632 ambas, es un grabado de Jean I de Courbes. Consiste en un pórtico rematado con un frontispicio partido, en medio de cuyas partes está un escudo real coronando un mundo en que deja ver la leyenda America condita. En el segundo nivel, Hernán Cortés a la izquierda del título de la obra de Bernal y fray Bartolomé de Olmedo a la derecha, ambos ante sendos pares de columnas corintias, tienen sobre su cabeza el complemento del emblema: manu sobre la cabeza de Cortés, ore sobre la de Olmedo. La mano derecha de Cortés sostiene un escudo en el que se representa el arresto de Moctezuma en tanto su mano izquierda sostiene el bastón de general. Del otro lado, el escudo sostenido por Olmedo con su mano izquierda representa al mercedario bautizando indios mientras enarbola en la mano derecha una cruz: según esa portada de la primera edición de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, América fue fundada por la mano de Hernán Cortés, mediante la espada de la guerra, y por la boca de Olmedo, mediante la predicación. Religión y política se entretejieron siempre y se han convertido en la base para la interpretación de la vida cotidiana de México en los siglos del XVI a este XXI. Ese es, desde luego, el sentido que subyace a la resistencia de los sabios nahuas a los franciscanos llegados a México en 1524 de que habla El libro de los coloquios, editado por fray Bernardino de Sahagún. Ello es documentado por los tres artículos que conforman la sección temática de este número: "Procesiones: espacio, religión y política en Orizaba, 1762-1834", de David Carbajal López; "El inicio de la conciliación entre la Iglesia y el Estado: el funeral del arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez", de Julia Preciado; y "Localidad, modernidad y performance misional en la migración de religiosos católicos a la Argentina a comienzos del siglo XX", de Gustavo Andrés Ludueña.

En el primero de estos artículos, "Procesiones: espacio, religión y política en Orizaba, 1762-1834", David Carbajal López muestra como en la segunda mitad del siglo XVIII el espacio público de la villa de Orizaba era recorrido de manera cotidiana por un amplio número de procesiones. Organizadas en general por corporaciones religiosas de seglares, en las procesiones se mezclaban celebraciones devotas y actos de exhibición profana. En ellas se aprecia una tendencia creciente a la intervención de actores externos (el rey primero y luego, tras la independencia, los gobiernos federal y estatal) y a la politización. El autor presenta a las procesiones literalmente inundando el espacio urbano de Orizaba, sacralizándolo y consagrando el predominio que sobre él tenían las corporaciones, sobre todo las religiosas, toda vez que la presencia de cualquier actor profano era más bien limitada. Religiosidad y predominio corporativos que nadie discutía en aquellos mediados y finales del siglo XVIII, por lo que bien podría decirse que las procesiones formaban parte de una cultura ampliamente compartida, e inclusive gozaban de la aceptación unánime de todos los actores.

En el segundo artículo, "El inicio de la conciliación entre la Iglesia y el Estado: el funeral del arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez" El análisis de Julia Preciado, presenta el funeral del arzobispo de Guadalajara como un filtro, una especie de tragaluz, que permite estudiar una época a través de la muerte, y de la vida, de un individuo. En este artículo se estudia el funeral del arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez (quien murió en esa ciudad en 1936), partiendo del contexto político y social de la década de los años treinta en Jalisco. La autora parte de la utilización de los funerales de hombres famosos para establecer su función de oportunidad política y, aunque no existan estudios de personajes de la Iglesia católica, propone retomar el análisis de los funerales de Estado para estudiar específicamente las ceremonias fúnebres de obispos y arzobispos. En el caso del arzobispo Orozco y Jiménez, dice la autora, su funeral sirvió para iniciar la conciliación entre la Iglesia y el Estado. El arzobispo sucesor José Garibi Rivera, junto con la jerarquía de la Iglesia en Jalisco, organizó el funeral de Orozco y Jiménez apegándose estrictamente a las normas que dispuso el gobierno local. Garibi Rivera trató de mostrar, a través de las diferentes ceremonias del funeral, que la Iglesia tapatía estaba dispuesta a iniciar una nueva era de conciliación con el Estado, en una época en la que en el ámbito nacional estaba a punto de romperse el modus vivendi entre la Iglesia y el gobierno civil. Garibi Rivera se encargó en 1936 de que el peso de la lápida que cerró la tumba de Orozco y Jiménez, derrumbara también el peso político que cargaba la Iglesia tapatía, concluye la autora.

Fuente Bibliografica: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-39292010000400001





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